sábado, 28 de agosto de 2010

Algunos nombres de Liverpool

Liverbird. Hay historiadores y poetas, más de los segundos que entre los primeros, que sostienen que Liverpool en realidad debería llamarse Liverbird. El liverbird o pájaro liver [léase “laiver”], que no se alimenta necesariamente de vísceras, es el símbolo máximo de Liverpool, algo así como la representación del espíritu emprendedor y libre de sus habitantes. Probablemente se trate de un cormorán, aunque no está del todo claro. Algunos opinan que es una especie poco común de águila. Aparece representado en diversos puntos de la ciudad. Pero sus efigies más conocidas son las que coronan el Royal Liver Building, edificio señero de Liverpool situado a pie de puerto y visible casi desde cualquier punto. Dos de sus torres están rematadas por sendos liverbirds, uno mirando hacia la anchurosa desembocadura del Mersey, el otro hacia las cúpulas urbanas. Y los dos baten sus alas con ímpetu, como si estuvieran a punto de echarse a volar. Fuertes cables de acero impiden, presumiblemente, no tanto la hipotética fuga como los efectos no deseables de una ráfaga de viento o un temporal. Pero quién sabe. La leyenda sostiene que el día que los pájaros Liver alcen el vuelo, Liverpool dejará de existir.

Liverport. Liverpool también podría llamarse con total propiedad Liverport. Su puerto, encabezado por el Pier Head, o muelle principal, no sólo ha sido vital en el despegue moderno de la ciudad, desde finales del siglo xix, sino que reúne buena parte de sus atractivos actuales, tanto desde el punto de vista cultural como lúdico. Con ocasión de la capitalidad cultural europea de 2008, toda la zona portuaria fue remodelada y aún se encuentra en plena reconversión, con obras en marcha tan importantes como el nuevo Museo de Liverpool, un llamativo “barco cubista” cuya función es la de articular las distintas instalaciones del Albert Dock, o el que será el rascacielos más alto del Reino Unido. En este espacio, en edificios históricos de cálida arquitectura industrial, se encuentran tanto el Merseyside Martitime Museum (una de sus plantas acoge el estremecedor Museo de la Esclavitud) como la sucursal en la ciudad de la Tate Gallery. En otro punto del mismo muelle, en el antiguo Britannia Pavillon, está el museo dedicado a la historia de los Beatles, The Beatles Story, que tiene un complemento en el nuevo edificio de la estación portuaria.
Liverbeat. Y Liverpool, claro, podría llamarse perfectamente Liverbeat (o Beatlespool , con acento jungiano). La presencia de los Fab(ulosos) Four, sus espacios biográficos y la topografía de sus canciones, salen al paso en muchos puntos de la ciudad, y la senda Beatles es el itinerario más común para las visitas organizadas, bien sea en la versión Magical Mistery Tour, con la colorida compañía del Sargento Peppers, bien en el más llamativo y primitivo Yellow Duckmarine Tour, a bordo de un patizambo autobús anfibio que añade al paseo urbano una breve travesía marítima para apreciar la impresionante línea costera (sólo por contemplar el Waterfront de Liverpool merece la pena el viaje).
En todo caso, el núcleo central del recorrido en pos de la memoria de los Beatles bien puede hacerse a pie, aunque espacios de tanta resonancia como Strawberry Field (ante su verja será preciso jugárselo todo al 59) o el área de Penny Lane, así como los espacios familiares de los miembros del grupo, quedan en barrios más o menos alejados del centro. No hace falta ser un beatlemaníaco para disfrutar de la búsqueda de rincones como The Cavern, el punto de partida de la aventura, y de toda la zona de Matthew Street y calles adyacentes, conocida como Cavern Walks, donde precisamente en estos días finales de agosto se está celebrando, como todos los años, la Beatles Week, un festival de música que reúne a grupos de todo el mundo. Por cierto, en él volverán a participar este año, como únicos representantes españoles, Los Escarabajos, el veterano y varias veces renovado conjunto que lleva a cabo imitaciones más que notables del cuarteto liverpuliano y de algunas de sus más conocidas actuaciones, aunque sea cambiando la terraza londinense de la Apple por una azotea sevillana al pie de la Giralda (bien pudiera ser la de la vieja casa de mi añorado amigo Vicente Tortajada, en Placentines). A las pruebas me remito.
Livercave. Por lo que se refiere a The Cavern, el descenso a sus entrañas es obligado, pese al calor sofocante, que por otro lado ayuda a la ensoñación. Aunque del club original apenas queda nada, ni siquiera está exactamente en el mismo sitio, el espacio reconstruido, con sus tres pequeñas naves separadas por arquerías a modo de templo pagano o catacumba, transmite bien lo que debió de ser la atmósfera de aquellos bulliciosos años sesenta recién estrenados: digamos que se nota la presencia del “dios del lugar”.
Al fondo del espacio central un pequeño escenario acoge de continuo a grupos o solistas que por lo común interpretan, con mayor o menor fortuna, el repertorio clásico del grupo, que así es homenajeado casi de forma ininterrumpida en el espacio que le vio nacer. The Cavern probablemente sea, como dice su publicidad, «el club más famoso del mundo». Un verdadero santuario que recibe continuas peregrinaciones. De sus muros cuelgan numerosas reliquias en forma de guitarras, carteles de conciertos históricos, discos, fotografías firmadas… lo dicho: reliquias. Y no estorba mucho, más bien al contrario, que el fervor más o menos religioso que a uno se le despierta se vea en ocasiones enfrentado al temblor de la falsificación. Como ocurre tanta veces.
Livermore… Liverpool tiene otros muchos nombres. Está, por ejemplo, el de Liverchurch, con sus dos monumentales y extrañas catedrales (una anglicana, la otra católica), a las que hay que añadir las ruinas okupadas de la iglesia de San Lucas y los sonoros perfiles de San Nicolás.
Ruinas de la iglesia de San Lucas.
Sin olvidarse de Livermuseum, que, además de las instituciones ya citados, cuenta con las valiosas colecciones de la Walker Art Gallery, de visita gratuita (como el resto de museos municipales, ¡como debe ser!). Ni del Livershop, sin duda el más extenso, pues ocupa buena parte del corazón de la ciudad e incluso amplias zonas trasformadas del viejo puerto, que ahora acogen el complejo Liverpool One, con sus grandes tiendas, sus cines palomiteros y los consabidos y gigantescos espacios diseñados para los ritos de masas. Y cómo no mencionar, aunque solo sea para «nunca caminar solos», el LiverAnfield, que también podría llamarse sin exageración LiverTorres (¡fervor lo que "el Niño" despierta, oiga!) y que se desparrama con sus sugerencias futboleras por diversos puntos y, a medida que se aproxima el fin de semana, multiplica entre las infatigables muchedumbres la presencia de zamarras rojas (en las que, por cierto, también luce una versión aguerrida del liverbird). Y aún quedarían el Liverboook, el Liverchina o el Liversky, con esos cielos que a veces recuerdan a los de Madrid y que parecen quedar al alcance de la mano desde la undécima planta del Atlantic Tower.
Como cifra de todos, en fin, está el Liverpool-Liverpool, una ciudad con gran personalidad, abierta y amable, que ha sabido conservar y revitalizar la elegancia decimonónica de su arquitectura victoriana y eduardiana, gravemente dañada durante la Segunda Guerra Mundial por las bombas nazis, y continúa buscando la forma de desarrollar argumentos viajeros que no se agoten en el tópico, poderoso pero también limitado, de sus más famosos hijos.


Imagen superior : Vista del muelle de Liverpool, con la torre del Royal Liver Building.
Fotos
-->©AJR, 2010

jueves, 12 de agosto de 2010

sábado, 7 de agosto de 2010

Resonancias (3): machadiana


Mucho antes que el inevitable Guernica (yo también) o que la frustrada posibilidad del no menos frecuente Ché (yo, tampoco), en las paredes de mi cuarto, frente a mi mesa de estudio, colgaba un póster de Antonio Machado con los hermosos y bien conocidos alejandrinos finales de su poema «Retrato» grabados sobre la ancha frente: «Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar». Palabras que, como a tantos, me acompañan a menudo y que quizás resuman la mejor (y más consoladora) filosofía vital que haya tenido nunca. Qué sabio, en su aparente sencillez, don Antonio. Y cómo crece su obra a medida que pasa el tiempo (y nosotros con él).


(Aunque es mucho más conocida la versión del poema cantada por Serrat, dejo aquí la limpia y libre interpretación flamenca de Calixto Sánchez, quizás más cercana al modo de decir, e incluso de sentir, del poeta.)

Imagen: «Sol de medianoche con barca», tomada del blog Laberinto de lluvia.




miércoles, 4 de agosto de 2010

Chapuzón

Pasen y vean, merece la pena.
Primero vienen los alegres batracios, con sus juegos audaces junto al agua.
Después llegan los cisnes, dibujados con la gracia de un equilibrio en verdad prodigioso.
Los pasos finales llegan a poner en tela de juicio la ley de la gravedad.

Un chapuzón sin duda circense
pero quizás por eso mismo aún más refrescante.

(Es aconsejable cliquear sobre el vídeo y verlo en pantalla completa.)


martes, 3 de agosto de 2010

Cante


Hay ayeres que hieren,
ay, ay ay.
Ayer es hoy herido.
Y no hay ayer que hoy haya,
ja, ja, ja,
llegado a ser el mismo.
Ay, ayer que ayer era
y hoy ya es ido.


Una de las grandes citas musicales del verano, el festival de La Unión, celebra su 50º aniversario con un gran programa (del 3 al 15 de agosto): Paco de Lucía, Miguel Poveda, Enrique Morente, Manolo Sanlúcar, José Mercé, Mayte Martín, Israel Galván...

Hace un mes, en el acto de presentación del evento, Miguel Poveda reconoció de este modo (primer vídeo) su muy especial relación con el lugar donde se bautizó como artista (segundo vídeo que, pese a sus deficiencias sonoras, puede considerarse un documento histórico).


lunes, 2 de agosto de 2010

Resonancias (2): fantasmas


Una de las escenas clave de El fantasma y la señora Muir (1947), la bellísima película de Joseph Mankiewicz, es el monólogo con el que el capitán Daniel Cregg (o mejor dicho, su fantasma, interpretado por Rex Harrison), que habita en la casa que le perteneció en vida, se despide en sueños de la nueva dueña de la mansión, la viuda Lucy Muir (Gene Tierney), de la que, tras unos primeros encuentros irritantes, ha acabado enamorándose, al igual que ella de él. Las tan emotivas como lúcidas palabras del capitán ponen de relieve la imposibilidad de un amor tan descarnado, aunque ello no le impida imaginar con enfático sentimiento lo que podrían haber vivido juntos.

La escena, al igual que la película toda, ha sido analizada con gran acierto y minuciosidad por Javier Marías, el gran valedor en el ámbito hispánico de esta obra, a la que que considera «[la película] que ha llegado más lejos -junto con Los muertos de John Huston- en algo a lo que ni el cine ni la literatura se han atrevido a menudo: la abolición del tiempo, la visión del futuro como pasado y del pasado como futuro, la reconciliación con los muertos y el deseo sereno e íntimo de ser uno de ellos».

Así describe Marías la escena en un artículo memorable, publicado inicialmente en el libro Écrire le cinéma (1995) y recogido después también en los volúmenes recopilatorios Vida del fantasma (2001) y Donde todo ha sucedido. Al salir del cine (2005) (cito por este último):

« ... Lucy duerme y el capitán entra por el balcón como otras veces, le habla, le reprocha primero que no sea tan sabia y sensata como el creía, pero en seguida añade: "No te inquietes no es culpa tuya, has elegido la vida, lo único que podías elegir". Luego le da en su sueño instrucciones para que se olvide de él, para que "mañana y en los años siguientes" lo recuerde solo como un sueño, un estado de ánimo, una atmósfera que la invadió y llegó a hacerle escribir un libro, lo escribió ella sola. El capitán le entrega no sólo los derechos que ya le dio para su causa común de conservar la casa, sino también su propia historia, la historia de su vida que a partir de ahora ella tiene que haber inventado. El momento es de gran importancia, porque el fantasma se hace ahí doble fantasma, o mejor dicho, pasa de ser un fantasma "real" a convertirse en el objeto de un sueño y en un personaje de ficción, una mera creación de Lucy.»


Y un poco más adelante Marías escribe:
»Antes de desaparecer o de su segunda muerte el capitán se permite un momento de nostalgia que es el precedente más claro de la muerte de Batty (Rutger Hauer) en Blade Runner de Ridley Scott, cuando el replicante lamenta que con él se pierda cuanto ha visto y vivido [...] Aquí el capitán Gregg mira a Lucy dormida y exclama unas frases aliterativas que parecen salidas del Prufrock de T S Eliot: "Cómo te habría gustado el Cabo Norte, y los fiordos bajo el sol de medianoche, y navegar junto al arrecife en Barbados donde el agua azul se torna verde, y hacia las Falkland donde la galerna del sur desagarra el mar entero y lo vuelve blanco", hasta acabar diciendo: "Lo que nos hemos perdido, Lucía, lo que nos hemos perdidos ambos".»
Un "ambos" (both) que, en mi opinión, también resuena como un subrayado de la imposibilidad de fusión plena que acaso explique la melancolía implícita en todo amor, sea éste asunto entre criaturas carnales o entre espíritus más o menos puros.

Imagen superior: escena final de The Gosht and Mrs. Muir, tomada de Arsenevich.



domingo, 1 de agosto de 2010

Mapas


Desde pequeño me gustan los mapas y las promesas que contienen. Mirar un mapa, estudiarlo, siempre me ha parecido una forma segura de viajar, a veces la única posible. Recorrer con el dedo las líneas que unen los pueblos, las ciudades, seguir con los ojos el trazado tantas veces prodigioso de los ríos, imaginar qué puede haber en los amplios espacios carentes de nombres...

Y desde pequeño, una sospecha que es una preferencia que tal vez sea un destino: el mapa es ya, por sí solo, un tesoro, quizás el tesoro.

En tiempos de hallazgos tan notables como Google Map o los sofisticados gepeeses, y en días como hoy, el mapa a la antigua usanza, aunque propiciado por los nuevos medios, es también una forma de trazar una caricia sobre una parte precisa del mundo para extender sobre ella una red transparente cargada de buenos deseos y subrayada por una clara línea, invisible pero cierta, que va desde unos ojos a otros ojos para acercarnos a puerto seguro.

Un mapa... una canción. ¡Y buen viaje!

Mapa parcial del noroeste de Inglaterra tomado de Mapas del mundo.