martes, 2 de agosto de 2011

Jazz en la Plaza


La música se escapa como una culebrilla a ras de suelo.
Prende en los pies un ritmo movedizo, inaprensible. 
Luego asciende hacia los brocales indefensos de la mente. 
Y suspende la monodia sin fin de la razón.

Festival de Jazz Ciudad de Talavera.
















En Eburia, la noche es ya tan sólida como suele en verano.
Allá arriba, en la choza de piedra que se alza por encima 
del desproporcionado rosetón
(un polifemo que fuera solo ojo y aun así bello),
la cigüeña,
esbelta y afilada,  
distraída y atenta,
mira y mira,
sin cesar en su oficio.

Cuando la luna empieza a descubrirnos su lado más sinuoso,
comienza también ella, la cigüeña, a marcar el compás.
Le gusta la trompeta.
Se queda inmóvil al sonar el saxo.
La batería la anima.
Se diría que asiente a la melancolía grave de las cuerdas.
Y se estira mimética en los melismas audaces de la voz.

Paciente espectadora de su espacio invadido
pero a la vez ella también artista de la improvisación,
la cigüeña de la iglesia mayor de la ciudad
se acaba convirtiendo en la reina más alta de la fiesta,
el testigo imparcial
de todo lo que pasa allá abajo 
y aún más abajo
y más allá
y más...

Poco a poco la música se ha ido volviendo noche. 
Y la noche se ha ido deshojando en la música.
El cielo es una estampa lejana e irreal,
un gota de mercurio derretido 
bajo el peso de una línea interminable.

Tras el concierto habrá charla de amigos,
la amable sucesión de gestos familiares 
y la reiteración de las viejas leyendas de la tribu,
a las que siempre cabe añadir un episodio inédito,
la ardua precisión de un recuerdo que se vuelve borroso,
un nombre que convoca exclamaciones,
las peripecias de los recién llegados,
el vano esfuerzo por saber cuál fuera
el último verano de nuestra juventud...
y, por fin, unas risas.

Los hilos de la vida nos atan y desatan a su antojo.
Pero el ojo sencillo de los afectos simples, 
con su música dulce, 
nos ha vuelto a reunir
como una hoguera.

La plaza se ha quedado ya en silencio.
Sobre la piel del río, entre la bruma,
se alza una nueva y distinta raya de luz imaginable 
dibujada por los viejos guardianes de la amistad 
en la tierra de los sueños compartidos.


(Para C., A., B., A., L., P. & P. y los demás amigos de Eburia, 
por los buenos momentos, 
para que no falten las felices improvisaciones.)


2 comentarios:

Fernando Ramos dijo...

Emocionante. Comparto contigo estas sensaciones, a veces muy poderosas, y muy bien descritas a ritmo de jazz, amigos y brumas.

Es increíble cómo la palabra puede ser tan precisa como para describir impresiones ocultas y al parecer compartidas:

"En Eburia, la noche es ya tan sólida como suele en verano."

Me he quedado perplejo, y me he sentido reconocido en una frase que confirma un presentimiento. Las noches de verano en Talavera son sólidas, no sé muy bien porqué, pero esa es la palabra.

Abrazos, desde la tierra a la que emigramos para intentar cumplir aquellos sueños.

Antonio del Camino dijo...

El jazz, la palabra y la noche. No es mala combinación de elementos, tomados en conjunto o de uno en uno. Si a ellos sumamos la amistad, el resultado no puede ser más redondo. Algo así como la cuadratura del círculo (valga la paradoja). Y saber, además, que en esos versos nos reconocemos.

(Ya sabía yo que esta sesión de jazz en la plaza no podría defraudarme).

Un abrazo.