viernes, 13 de septiembre de 2013

Resonancias 1+3




... el sol de media
noche y el sol de media
noche y el sol

de medianoche
y el sol de medianoche
y el sol de media

noche y el sol
de medianoche el sol
de medianoche...


Como no tengo tiempo para nada, aprovecho mis breves paseos por los alrededores de la Posada para cazar imágenes como estas, sólo posibles merced a la increíble ubicación que este sitio tiene en la red, más allá de las nubes. El tríptico de haikus es, naturalmente, solo una trampa.
Las imágenes son de de Joe Capra y la música es This World is Our, del grupo estadounidense This Will Destroy You.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

La tela letal


Al fondo de la cámara apenas queda una molécula de aire. La luz es solo el recuerdo que de ella guardan los ojos asombrados. El espesor del lino, con su rugoso tacto vegetal, va cubriendo las capas de memoria que dejan en el lienzo, a modo de negativos de una remota imagen, manchas difusas que se superponen sin confundirse. Aquella parece la de un hombre mínimamente armado que mira hacia un cielo del que no espera clemencia. Alguien conjetura, más enfático que ingenuo, si no será el prólogo de la enésima muerte de don Quijote. Ésta muestra dos grandes monolitos en llamas que llevan grabadas, como un grafiti tatuado con plomo, las palabras que el profeta escribiera hace tiempo: «La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno». Y si se desenvuelve del todo el sudario de la momia para ver lo que guarda pegado a su piel, aún podrá descubrirse un pequeño rasguño. Lo observo con detalle, tras aumentarlo todo lo que puedo en la pantalla. Al fin veo lo que es. La pisada de un pájaro. Una brizna de hierba. Un píxel de luz pura atrapado en el hilo de la trama.

Imagen: Entrelíneas © SPM, 2013.

(Memomia del 11 de septiembre)

domingo, 8 de septiembre de 2013

Así sólo Sisa


No estoy seguro, pero creo que la primera vez que vi escrito el nombre de Jaume Sisa fue en un número de la revista Ajoblanco, cuando tenía aquel formato desplegable que hacía tan incómodo su manejo, aunque era una seña más de su originalidad y atrevimiento, aparte de una manera (supongo) de abaratar costes. Daba cuenta de su aparición en las noches celestes de Zeleste y algún otro lugar de la Nit de Barcelona, en tiempos aún muy preolímpicos pero de mucho fuste y cuando la ciudad condal era considerada desde la meseta y tal vez también por debajo de Despeñaperros como la puerta de Europa. Seguí después su pista, con la dificultad que en aquella remota era preinternáutica y aún plenamente gutenbergiana (que es palabra que ya por sí sola indica tendencia) entrañaba la búsqueda de información, tarea ímproba además de acuciante si el objetivo final era conseguir un dato que nos faltaba para completar un pie de foto (por ejemplo, en aquellos libritos de los Temas  Clave que José Ramón Pardo dedicó a «la música pop» y al «canto popular»), o para saber de qué iba la cosa. Era una época en la que las paredes de Malasaña solían amanecer con una frase pintada en muchos rincones: 27 lágrimas. Yo nunca las conté, pero siempre me parecieron pocas. El caso es que ya entonces Sisa tenía un plus de modernidad, era evidente que se adelantaba o se anticipaba (que lo suyo siempre tuvo mucho de ciencia ficción) por un vía muy personal y de apariencia desquiciada, pero en el fondo muy dadaísta, a la locura que vendría después. Y, en concreto, al imperio feliz y torrencial de la ocurrencia, aquella consigna no pronunciada de «si lo piensas hazlo, pero mejor si lo haces sin pensar» que fue el verdadero secreto de la Movida, antes de que esta palabra, sucesora y hasta usurpadora de el Rollo, diera en significar algo más que el lugar y la situación donde los colegas siempre en marcha se paraban un rato, paradójicamente, para liarse los porros o compartir una pequeña dosis de polvos mágicos y también de los otros. Me parece que comprimo en un solo recuerdo metros de crónicas, pero tampoco vamos a convertir el mapa en el territorio. La verdad es que todo aquello, que ocurría sin que la dura luz de los amaneceres hubiera sido puesta a buen recaudo, tenía cierta atmósfera sonámbula y antes que nada estaba movido por un deseo muy grande de que todo tuviera otro color. O color, sin más. Sisa después se vino a Madrid y se encarnó en un no menos genial, pero ya distinto, Ricardo Solfa, que también sigue vivo en los youtubes. Pero yo creo que el ente original se perdió definitivamente en los sótanos de algún antro de cómic, quizás en los fotogramas descartados de una peli que alguien un día recuperará para reinsertarlos en la cinta restaurada y remasterizada con la aviesa intención de hacer con ella una sesión especial de cine-fórum (otro colmillo de mamut) en lo que por aquella época era todavía el destartalado Palacio de las Pipas y hoy luce como hermosa sede de la Filmo. Se podrá comprobar entonces que, como sostiene el bifronte que da título a esta crónica más fantasiosa que nostálgica, Sisa era en verdad único. Al menos en su forma de robarnos, qué quieren que les diga, la sonrisa más tierna y salvaje de aquella época en la que teníamos el corazón a la intemperie. Y olé. Ah, y sí, el sol puede salir cualquier noche de estas. Estén atentos.

*

sábado, 7 de septiembre de 2013

El Gallino

Jaume Mir, en una imagen de los años ¿70? El Correo.

A Jaume Mir lo llevamos viendo en la tele los aficionados al ciclismo desde que éramos niños. De hecho, este apasionado del deporte de la bicicleta, que ha trabajado como hombre-anuncio y relaciones públicas de diferentes equipos, tiene nada menos que 50 Vueltas, 25 Tours y 14 Giros a sus espaldas. Hubo un tiempo, a finales de los 60, en el que, con nuestra costumbre de ponerle a todo nombre en jerga propia, el grupo de amigos del internado que solíamos reunirnos ante el televisor para ver los resúmenes de las carreras comenzamos a llamarle «El Gallino». No sé bien por qué, quizás por la pelambrera y el poblado mostacho. O por cierto aire como de estar siempre en corral ajeno. El personaje se convirtió en una especie de héroe de aquellas reuniones vespertinas (entonces los resúmenes se daban por la noche, tras las noticias), hasta el punto de que el relato de la etapa del día nos parecía incompleto si no aparecía él. Pese a estar al otro lado de la pantalla, llegó a convertirse en uno más del grupo. Llevaba mucho tiempo sin verlo. Pero hoy, cuando la 13ª etapa de la Vuelta a España concluía en Castelldefels, allí surgió, inconfundible pese al paso del tiempo, saludando al vencedor como siempre, imbatible en su habilidad para conseguir el plano perfecto frente a la cámara. La exclamación con su nombre en nuestra jerga acudió espontánea a mi boca. Y con ella, una marejada de recuerdos que me tuvieron entretenido un buen rato. Curiosamente, esta es una historia que ya creo haber contado otras veces y en este mismo blog. Pero no encuentro rastro de ello. Aunque son muy numerosas las pistas que sobre Jaume Mir y sus peripecias pueden hallarse en la red. Hoy la Vuelta llega a sus etapas más prometedoras. Que, ¡vaya coincidencia!, se inician con la subida al Collado de la Gallina, en Andorra. 

viernes, 6 de septiembre de 2013

Arenas y Tal

Castillo de Arenas y Tal.

Si las declaraciones de Dolores de Cospedal ante el juez Ruz, como bien demuestran Ignacio Escolar y el común discernimiento, contienen al menos una contradicción, y gorda (la fecha en la que Bárcenas dejó el partido), leyendo las desmemoriadas respuestas de Javier Arenas se tiene la impresión de que en cualquier instante el interpelado se va a descolgar con aquello de «bicicleta, cuchara, manzana...». Y es que, de no existir (Dios no lo quiera) en la mente del señor Arenas un principio al menos de la enfermedad del doctor del que solemos olvidar el nombre, es difícil comprender la cantinela que suena a lo largo de una declaración que contiene frases como las que cortipego a continuación. Y ojo, en especial, a la última, la peripecia del reloj, que puede traer cola. Me parece que el señor Arenas va a tener que explicar en casa lo que tan malamente recuerda en sede judicial... ¡Ánimo, campeón!


«El año 91 creo que José María Aznar me nombró, me propuso vicesecretario general del partido. Creo que sí».

«En el despacho del secretario general cuando yo llegué había una caja fuerte. Esa caja fuerte estaba vacía, nunca se usó y me fuí con la caja vacía. Ahora, si usted me dice que había cajas fuertes en otros despachos, desconocimiento absoluto».

«No recuerdo jamás haber firmado un talón y tampoco el asunto de las donaciones».

«No sé nada de lo que me está preguntando».

«Señoría, desconocimiento absoluto».

«Señoría, le quiero dejar claro que he visto un apunte que pone un reloj (700 euros) y que yo no recuerdo el reloj en esa cena, porque recuerdo la bandeja de plata. Eso es lo que estoy diciendo. Y en este momento no recuerdo si tengo algún reloj de esa marca, pero creo que no. Lamentablemente a mí mi mujer me ha regalado algún reloj, que lo conservo en buena estima, empezando por cuando me pidieron que me casara con ella».



miércoles, 4 de septiembre de 2013

La sal (2)*


Al volver sobre sus pasos se dio cuenta del error. Pero ya era tarde. Su suerte estaba echada. A sus pies. Inmóvil.


Vendedora de Lotería, con «números raros». 
Foto: Getty Images.


*Nota post: cacharreando en las tripas del blog, descubro que ya había otra entrada titulada "La sal", de ahí que haya variado levemente el título de esta. Por cierto, se anuncia la llegada a las librerías de la nueva novela de Gonzalo Hidalgo Bayal, titulada La sed de sal. Es un gran consuelo saber que estas lides verbales siguen suscitando el interés de mentes tan despiertas.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Sin sueños


... Y hay días, como el de hoy, en los que al despertar estamos deshabitados de sueños, en medio de la mañana y de la nada, desasidos de toda realidad, cuerpos a la deriva sin apenas conciencia de sí mismos, fantasmas que no saben que lo son, larvas de una forma de vida aún no previsible, seres de gestos vacantes, un puñado de nervios y de sentidos que se aproxima al mundo como el que sucumbe bajo una invasión, templos clausurados donde al empezar a reflejarse la luz se descubren rincones inverosímiles, paisajes de los que poco a poco se va retirando la niebla, voces que nos llegan desde el otro lado del río y a las que no tardamos en poner rostro y gestos, zumbidos de insectos en la canícula de la charca, fotogramas en blanco de una película cuyas imágenes hace tiempo que concluyeron y que sin embargo siguen proyectando sobre el lienzo el marco dentado transparente de un movimiento inacabable. No es fácil encontrar, en el vacío de la hora primera, la imagen capaz de incorporar el mundo. Con el hojeo, sobre el álbum interior, para ir probando o indagando cuál podría servirnos, se pone en marcha una curiosa forma de evocación siempre gobernada por la mayor o menor riqueza del material disponible, también por la cualidad y las características de los barros, tornos, moldes y aguas, sin olvidar el peso del paisaje dominante y el vuelo de las horas, todas esas contingencias y necesidades que han ido construyendo una sensibilidad. Es indudable que de la conexión con esa materia boscosa (iba a escribir "viscosa", pero la corrección hace ganar mucho a la frase) surge la capacidad expresiva: el arsenal de imágenes se nos antoja vastísimo e incluso creemos que siempre estaremos en disposición de traer al mundo nuevas criaturas de la imaginación. Pero también somos conscientes, y cómo, de que esa capacidad está limitado por nuestras rémoras (curiosa palabra que merece la pena repescar en el diccionario). La pregunta queda en el aire: en el ser humano, ¿la capacidad de soñar es infinita? Cuando hayamos descubierto las leyes últimas del universo es probable que aún estemos empezando a destapar el brocal de las profundidades de nuestra mente. Pensar que los grandes secretos están dentro y no fuera produce vértigo. Y más aún la sospecha de que "dentro" y "fuera" sólo son dos estancias distinguibles en el campo de las teorizaciones, pero que en realidad no hay tal sino una superficie plana, devoradora, refulgente: un desierto infinito en el que lo que llamamos "realidad" es solo un espejismo, la proyección física de nuestros deseos de ser y el poderoso reflejo de nuestras ansias frente a la puerta cerrada de la muerte. Nihilismos solipsistas de este tipo y lucubraciones así de peregrinas (pero en el fondo inmóviles) son lo que pone en marcha un despertar sin sueños que llevarse a los ojos, al corazón, a la pluma. Ejercicios gimnásticos de escritura. Meros gestos acaso de supervivencia.  

(Tiempo contado. Apunte del 3 noviembre 2011, jueves, 12:05)

Imagen 
Robert Motherwell: En la cueva de Platón, I, 1972. Museo de Arte de Filadelfia.