miércoles, 2 de noviembre de 2011

Eva: lean mis labios


No es fácil hablar con libertad de Eva, el debut en el largometraje de Kike Maíllo, sin caer en los inconvenientes del destripamiento o ‘despellejamiento’ (eso me sugiere siempre el término spoiler) de la trama, sin duda uno de los pecados más graves en que puede caer cualquier cinéfilo que trate de compartir sus entusiasmos (o sus frustraciones). Así que me limitaré a recomendar con viveza esta obra extraña, por poco frecuente, de la cinematografía española, una peli de ciencia ficción cercana (incluso cotidiana) que rinde tributo por igual a la “madre de todas las batallas” del género, la inmortal 2001: una odisea en el espacio (1968), y a obras maestras de la talla de Blade Runner (1982), no menos imperecedera en su estela tutelar, o a Wall-E (2008), otro prodigio creativo, quizás no tan redonda en su maestría como las anteriores pero con momentos (muchos) del máximo nivel.

Como prueba de esta filiación baste subrayar que el punto de inflexión desde el que la historia narrada en Eva afronta su desenlace es una escena “calcada” de uno de los momentos culminantes de 2001… (y no puedo decir más: lean mis labios). Y que Blade Runner está presente en ella tanto en la parte de la juguetería robótica (en la que también se cuela de forma felina Wall-E) como sobre todo en el tema del trasfondo emocional de la naturaleza de los humanos y sus réplicas.  No me resisto a añadir a la lista, aunque con reservas y guiado más que nada por sugerentes razones nominales («Dime qué ves cuando cierras los ojos»), la interesante incursión que nuestro Kubrick nacional, Alejandro Amenábar, en su singular periplo por los géneros, hizo en la ficción científica con Abre los ojos (1997).

Bien insertada en esa tradición, la fuerza de Eva reside, en primer lugar, en un guión excelentemente pautado (entre sus firmantes aparece el nombre de Sergi Belbel), colgado de un avance narrativo, la espectacular y turbadora secuencia inicial, que actúa como soporte y búmeran del relato. Y, a renglón seguido, en una fotografía que sabe aunar cercanía y extrañeza para que la historia imaginaria logre imponerse sin sobresaltos pero con intriga. Y también, de forma muy particular, en la selección atinada de actores, plasmada en un reparto donde brilla por igual el trío protagonista: la revelación de la niña Claudia Vega (apuesto a que le disputará el Goya a la también debutante María León de La voz dormida), una Marta Etura en estado de gracia, y un cada vez más convincente Daniel Brühl, cuya contribución está a la altura del inolvidable Alexander Kerner de Goodbye, Lenin! (2003), su revelación. Alberto Ammann, aunque demasiado atado a la pose elegante de un personaje que podría haber tenido otros matices, también mantiene el nivel, al igual que Anne Canovas, en un papel más secundario pero muy bien resuelto. Hay que destacar como se merece la especial contribución de Lluís Homar, que da vida a 'Max', un robot tan emotivo como memorable, cuya interpretación entrañaba algunos riesgos que el actor salva con maestría.

Y de la película propiamente dicha, de su argumento, ¿qué decir? Pues que es una historia que nos remite a la insatisfacción que la vida lleva implícita, a los terrenos oscuros que ni siquiera la creatividad más exitosa logra hacer comprensibles, a las barreras insalvables que siempre hay en toda relación, a la fría satisfacción que propicia la inteligencia cuando no es capaz de dar respuesta sensible a los sentimientos, o a lo mucho que aún nos falta por saber de eso que, desde Goleman para acá, llamamos ‘inteligencia emocional’ y que sin duda está abriendo todo un nuevo campo interdisciplinar (neuropsicología, pedagogía, filosofía...) para seguir avanzando en la apasionante tarea de saber qué es lo humano; en suma, la conciencia que se analiza a sí misma y trata de extraer de ese proceso algunas claves para seguir luchando por la posible felicidad.

Eva, con su nombre inaugural, bien puede ser considerada una innovadora aportación española a un género tan antiguo como el propio cine, pero que siempre está en trance de invención y renovación: la ficción que consigue abrir una raya de lucidez en el desentrañamiento científico y poético (hermoso binomio) de la realidad.

lunes, 31 de octubre de 2011

Urbe, Nacional


No ha sido para mí ninguna sorpresa que Emilio Urberuaga, el gran Urbe, haya ganado, por fin, el Premio Nacional de Ilustración. Lo que sí ha sido es una gran alegría, como acabo de comentarle por teléfono. El artista madrileño, figura destacada de una añada prodigiosa (la de 1954), es conocido sobre todo por haberle prestado su más que presumible imagen infantil a Manolito Gafotas, el personaje de Elvira Lindo, sin duda el héroe carabanchelero más famoso del mundo mundial.

Pero Emilio tiene además tras de sí una trayectoria larga, variada y hasta compleja, incluso con su deriva cortazariana y sus personales y puede que autoparódicas visiones de «cocodrilos» y «cosas negras». Es el suyo un itinerario fraguado sobre terrenos, como el del libro de texto, que pueden llegar a ser extremadamente rocambolescos en sus exigencias y en los que he sido testigo de su capacidad para salvar peticiones de autores algo más que enrevesadas.

A estas alturas, la trayectoria profesional de Urberuaga le avala como uno de los más destacados creadores de estilo en el panorama ilustrado de la literatura infantil española. Y no es dífícil percibir su impronta en muchos jóvenes dibujantes. Incluso se podría hablar de un «toque Urbe» (mezcla de claridad, expresividad y un amplio poder de sugerencia) como un rasgo presente en una de las tendencias dominantes en este campo.

De un tiempo a esta parte, Urberuaga es, cada vez más, autor de sus propias historias, un «narrador de imágenes», como él se ha definido en alguna ocasión, que no deja de ahondar en su mundo para mostrarnos personajes y situaciones que, de tan cercanos y envolventes como consigue mostrarlos, a veces podemos llegar a creer que nacen de nuestros propios sueños. O tal vez del sueño del niño que podríamos llegar a ser... a poco que nos concediéramos alguna oportunidad.

Felicidades, maestro, aún mantengo bien vivo el recuerdo de lo mucho que disfrutamos con aquellas clases de música.


jueves, 27 de octubre de 2011

A torre da derrota*




L a      partid a     e s t á      p e r d i d a
d e     antemano,    y      la  derrota
e s     u n a    torre     a bol ida.
Sobre   sus  ruinas aún flota
el humo  gris de  la  vida
calcinada  por  la  hueste
de    una     maldición     celeste
que    d i c t a m i n a    la    huida
de    todo    l o    q u e   s e    e spera.
Pero      pongo     e n     es e     envite
 s  i n g u l a r         el     paso      abierto
d e l     día    y     de    su     q u i m e r a:
 s u     l u z      será      la     que       evite 
que      solo     el      error    sea    cierto.

                                                                              [palíndromos ilustrados, 0]

* El palíndromo del título (en gallego) es obra del escritor Gonzalo Navaza, y da nombre a uno de sus libros (Xerais, 1992). Los demás juegos son espontáneos y están, también ellos, encerrados en la torre.

imagen: Castillo de Orgaz. © AJR, 2010



domingo, 16 de octubre de 2011

Madrid-Manhattan-Berlín...,
un sueño ¿posible?


Ayer, mientras caminaba con la columna de Prosperidad en dirección a Sol, también yo tuve un sueño... Sí, ese mismo que sería ingenuo (más) desmenuzar ahora con palabras que acabarían mirándose a sí mismas llenas de perplejidad... Seguro que a Leonard Cohen, otra vez, no le importará que le tome prestada esta canción que en cierto modo (pero de un modo muy cercano e inspirado) habla de lo mismo. O eso creo. Hay que seguir haciendo esfuerzos de imaginación sin dejar de llenar las calles.

lunes, 10 de octubre de 2011

ExTinta


Mantente atento,
que tanta tinta tonta
al tuntún t’unta.

Imagen de Watchmen: el fin está cerca, tomada de aquí.

viernes, 7 de octubre de 2011

Palabras de Steve Jobs


Es muy conocida pero merece resonancia. La intervención del recién fallecido Steve Jobs en la Universidad de Stanford en 2005, un año después de que se le hubiera diagnosticado el cáncer de páncreas al que finalmente no ha podido vencer, es una de las piezas oratorias más inspiradas del siglo XXI. Ahora constituye el verdadero testamento del hombre que probablemente más haya influido en el diseño del paisaje visual y comunicativo al que cada día nos enfrentamos. Parece que se ha puesto en marcha el rápido proceso de canonización laica de Steve Jobs; incluso estas letras podrían considerarse como una contribución a la causa. Pero nada más lejos de mi intención. No conozco bien la peripecia del fundador de Apple, ni me cuento entre los seguidores a ultranza de su blanca tecnología, aunque tengo un trato habitual y enriquecedor con algunos de ellos y en más de una ocasión he fantaseado con sumarme a su bando. Pero no se trata de eso. Estas líneas responden solo a la necesidad, casi la obligación, de subrayar el peso de unas palabras a las que, como a pocas de las oídas en foros públicos en los últimos años, convienen los adjetivos de verdaderas, necesarias y generosas. Y entre las que, además, se encuentra un «elogio del calígrafo» que por fuerza ha de resultar emocionante para todos aquellos que sientan amor por la escritura y hayan tenido alguna vez tratos con los nobles tipos móviles.

Descanse en paz el hombre que fue capaz de pronunciarlas.

Imagen de Steve Jobs tomada de somosmac.com

jueves, 6 de octubre de 2011

Anacroaristocráticoesperpentonirismo


Desde el lugar de le televisión apagada, a la hora de la siesta, me llega un sordo rumor: «La duquesa de Alba ha contraído matrimonio con Alfonso X». Me pareció oír después que alguien se arrancó con una cantiga, pero debe de tratarse de un error. (¿Claro!: Díez vale X),

Los ecos de la marea son tres palabras con nombre propio de los que no explicaré sus circunvoluciones (sírvase usted mismo):

Esperpento (aquí se comenta sin nombrarlo).

Esparadrapo (no consigo recordar la obra teatral aquella, probablemente de la rama del absurdo, en la que había un personaje con este nombre, pero lograré dar con ella).

Anacroaristocráticoesperpentonirismo (palabra transatlántico recién inventada con vocación alejandrina: que yo sepa, no es ninguna enfermedad, aunque los síntomas asustan mucho).

Y sobre las ausencias, se comprenden. Especialmente una. Yo estoy seguro de que Goya tampoco se hubiera personado. O solo con el propósito de tomar apuntes para alguna de sus pinturas negras.


Músicos de Las Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio.
Imagen tomada de este blog