sábado, 4 de noviembre de 2017

El último sueño de Unamuno


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Unamuno en su casa de Salamanca, en 1925. Foto Col. C. Ased

Alguien que se le parece, y mucho, nos recuerda al grupo de amigos que compartimos comida oriental y un poco de charla el último poema de Unamuno, escrito tres días antes de su muerte, el día de los inocentes de 1936. Es un soneto que bien podríamos denominar «soñeto», tanto por su tema, trágicamente unamuniano —con Calderón, inevitable, al fondo—, como por la aliteración en eñe, que le da a la pieza una especial sonoridad, cercana acaso al quejido roto de una caña cercada por el viento. 

Como tanta otras veces, como en toda su obra acaso, el angustiado creyente, en su lucha agónica por vencer al Ángel de la duda, y enfrentado aquí al viaje definitivo, fuerza la razón con la llave maestra del sentimiento, y en unas líneas secas y brillantes, densas y pese a ello movedizas, logra alzar la escala de catorce líneas que le permite asomarse al otro lado, si no con esperanza, sí con la afirmación de la fe: esa terrible y heroica permanencia en el lado oscuro, contra viento y marea. 

Es un poema notable, clásico, tal vez no perfecto, pero provisto de una inmensa humanidad. Y cargado con una dosis de belleza suficiente para que, al leerlo, el otoño y los afanes y zozobras que lo habitan nos parezcan un poco más cercano, el uno, y algo menos graves, los otros.


MORIR SOÑANDO
                                                                                       
                                                    «Au fait, se disait-il a lui-même, il parait que
                                                    mon destin est de mourir en rêvant».
                                                                     (Stendhal, Le Rouge et le Noir, LXX,
                                                                     «La tranquillité»)

Morir soñando, sí, mas si se sueña
morir, la muerte es sueño; una ventana
hacia el vacío; no soñar; nirvana;
del tiempo al fin la eternidad se adueña.
Vivir el día de hoy bajo la enseña
del ayer deshaciéndose en mañana;
vivir encadenado a la desgana
¿es acaso vivir? ¿y esto qué enseña?
¿Soñar la muerte no es matar el sueño?
¿Vivir el sueño no es matar la vida?
¿A qué poner en ello tanto empeño?:
¿aprender lo que al punto al fin se olvida
escudriñando el implacable ceño
--cielo desierto-- del eterno Dueño?
Miguel de Unamuno

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