lunes, 10 de abril de 2017

Gigantes y enanitos

Ilustración de Javier Serrano para una edición de los cuentos de Grimm, Anaya.
Cuando en 1988 el grupo Matra-Hachette decidió comprar el Grupo Salvat, en aquel momento líder de la edición generalista en España, la operación exigió el vistobueno o plácet del Consejo de Ministros, cuya cartera de Cultura ocupaba nada menos que Jorge Semprún. La edición se consideraba entonces un «sector estratégico» del desarrollo cultural del país, consideración que hoy, sin ser negada en teoría, sí lo es de facto por un Gobierno a cuyo presidente no se le conocen gustos literarios precisos, ni siquiera hábitos lectores, salvo los que pueda satisfacer algún diario deportivo (y, si acaso, y muy recientemente, la novela Patria, el gran éxito de Fernando Aramburu).

Desde aquella operación de compra, pionera en su condición de muestra de la aún incipiente globalización y muy polémica en su momento, hasta el recién anunciado fichaje de Mortadelo y sus colegas por el gigante Penguin Random House, el panorama editorial español ha vivido un imparable proceso de concentración que, como indica el artículo que da pie a este nota (incluido su titulo), deja reducido el escenario de las grandes cifras de la edición en España a un ampuloso y previsible combate entre dos contendientes: el citado PRH y el Grupo Planeta.

El artículo, por cierto, incluye como ilustración un cronograma, no completo pero sí relevante, de las diferentes operaciones de compra, absorción, penetración o «sometimiento» que se han producido en los últimos treinta años en nuestro ecosistema editorial. Su principal carencia es que deja al margen el sector del libro de texto, donde también se han producido fuertes movimientos. Y aún  son previsibles, incluso de forma inminente, nuevas decisiones, una vez que se abandone si es que se abandona el relativo limbo en que se encuentra la vigente Ley de Educación (LOMCE).    

El nuevo paso globalizador no es una buena noticia, aunque fuera esperable y no vaya a ser el último. Y aún lo es menos si se tienen en cuenta el empobrecimiento cualitativo de los órganos de decisión interna que ha acompañado esa concentración editorial y la escasa sensibilidad mostrada respecto a la calidad mínima exigible a los, así llamados, «productos culturales».

Menos mal que en los márgenes, tanto dentro de los dos grandes grupos como en el cada vez más poblado barrio de la edición independiente, hay un buen número de francotiradores que, frente a ese duelo de gigantes, siguen empeñados en afrontar los riesgos de la cultura —que continúan siendo los mismos de la vida— con la actitud de quien no tiene miedo a encontrarse solo ante el peligro.

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